
Por Guillermo Ortiz.
En sus muchos años como profesional, John McEnroe dejó algunas escenas memorables sobre una pista de tenis. Rompió un trofeo de un raquetazo, se enfrentó verbalmente a varios jueces de silla, desafió al público cuando este se ponía en su contra… No vamos a justificar ahora al estadounidense. Esas imágenes, con el paso del tiempo, adquieren menos sentido y nos dejan más sorprendidos. Ahora bien, a McEnroe le expulsaban del torneo de Estocolmo pero luego te ganaba dos grandes seguidos. Montaba el show en Wimbledon, pero luego ganaba el título tres veces. Rozaba el enfrentamiento físico con Jimmy Connors en Flushing Meadows, pero luego levantaba el trofeo en cuatro ocasiones…
¿A qué voy? A que la excentricidad ha existido siempre. Y han existido los malos modos. Y a menudo nos quejamos de esta generación de cristal que pierde los nervios porque «es que el otro ha tardado mucho en el baño». Lo que no habíamos visto nunca hasta ahora es coger una raqueta y liarte a golpetazos contra la silla del árbitro, que es lo que hizo Alexander Zverev esta madrugada en Acapulco. Me da igual si en realidad le da en ese pie que el juez de silla aparta en el último momento o si no llega a tocarle. Agredir tiene que ser algo más que una cuestión de puntería. Si lo que hizo el alemán no se considera una agresión, sinceramente, no sé qué más hay que esperar. ¿Qué le espere con un machete fuera del complejo?
Esta actitud de niñato que no sabe perder -y eso que era la segunda ronda del torneo de dobles-, que no acepta que el árbitro se equivocara en una decisión -se equivocó, desde luego, como tantas veces desde que se inventó este juego- y que cree que, como es el número tres del mundo, se le va a permitir cualquier cosa, es insólita. Yo no recuerdo a nadie hacer eso en una pista de tenis. Que yo no lo recuerde no quiere decir que no haya sucedido jamás, pero al más alto nivel… me cuesta pensarlo, la verdad. Cabreos monumentales, muchísimos. Ir con la raqueta a pegar raquetazos al cubículo del que el juez no puede salir… nunca, en serio.
Algo así es intolerable en cualquier caso, pero cuando el que lo hace es un tipo que va a cumplir 25 años y ha dedicado su carrera a desperdiciar un talento único duele más. Zverev debería llevar ya tres o cuatro grandes y un buen montón de torneos de segunda fila. Ya desde que debutó con los profesionales a los 18 años se veía que era especial, un chico distinto, un elegido. No ha hecho absolutamente nada por dar el salto al número uno y, así, ha visto como Medvedev -menos talento, peor trayectoria como junior- le adelantaba y, de seguir así, pronto lo hará la generación de los Sinner, Aliassime, Alcaraz, etc.