
- No hay tecnología que resista la ignominia política.
- En plena pandemia, autobuses, foco de drama.
- 23 años de irresponsabilidad gubernamental.
- Necesario abrazar al Metro. También en el presupuesto… y en el boleto.
OPINIÓN. Ciudad de México.
Un elemento tecnológico del tamaño de un Metro no se mantiene con discursos, parlamentos o con un montón de relumbrón.
Menos se sana, si se rompe, con lloriqueos o lamentos.
La condena unánime, la indignación, la vergüenza que siente la mayoría de la población de la Ciudad de México, usuaria o no, por la situación de este tesoro, hoy terriblemente lastimado, nombrado Sistema de Transporte Colectivo Metro, representa la personificación y materialización de varios de los peores males de las administraciones gubernamentales mexicana: la corrupción, la dejación, la ignorancia, la mezquindad.
Pero hay uno peor, la desidia.
Que también hoy cobrara vidas además de la pérdida en el Siniestro de la calle de Delicias.



Este imperdonable siniestro es música para los oídos del COVID-19 con los camiones repletos, concentraciones gratuitas y mayores tiempos de movilización, no obstante, a la presente administración le importa todo menos el tratamiento de la pandemia. Ha mostrado más interés en remover la escultura de Colón de Reforma en una muestra de ignorancia espantosa y le ha importado más, respeto del Metro, quitar infundadamente el nombre de Gustavo Díaz Ordaz de las placas que conmemoran su inauguración, que llevar a cabo de manera conjunta los dos impostergables e interdependientes proyectos de los que dependía su buen funcionamiento futuro, a saber, la renovación absoluta de la Línea 1 y la modernización, fundamental, del sistema eléctrico, por lo menos del troncal principal, Líneas 1 a 4.
Solo se alcanzó para hacer la primera, que incluía un nuevo Mando Centralizado, renovación de enclavamientos y señales, así como nuevos trenes. Falló el Metro, por cierto, por baratas, en favor de manos chinas y francesas. Nada más que, hay que recordar, que toda esta buena intención, se queda en nada si no está acompañada de la ineludible renovación eléctrica, esa que se quedó en la bandeja de retraso.
Esa que ahora dejó a la buena de Dios la operación del troncal principal.
La lección de 1975 y el accidente del Metro Viaducto de la Línea 2 no dejó espacio para las dudas.
En los primeros catorce años de vida, el Metro tuvo una operación en sus apenas primeras tres líneas, digamos, manual, dependió de la maniobra de cada operador respecto del tren manejado. Por años, los trabajadores del Metro, incluso su área de ingeniería solicitó colocar el Sistema de Pilotaje Automático en los trenes. El Gobierno no lo hacía. El accidente trajo una actualización postergada por los motivos de siempre, dinero falta. Pero treinta y un muertos, cientos de heridos y un operador sentenciado a 10 años dejó claro que con el uso de la tecnología no se juega.
Y esto se aprendió a medias.
Las nuevas líneas, incluso para los noventas contaron con cierta actualidad y operación independiente del troncal principal, de ahí que una línea como la 7, que cubre el poniente de norte a sur o su homóloga, la 5, no se hayan visto afectadas con lo que pasó. Sin embargo, el troncal principal encontró muchas más dificultades para trabajar, milagros se hacían en talleres y varias tropelías electrónicas a fin de mantener la operación segura en las condiciones presupuestales infames en que el Metro hubo de operar.
Hasta que llegó 1997.
Y el golpe de timón, como el “Año Viejo” trajo tres cosas.
Una línea nueva, a medias, la 12.
Una afrenta vieja, la Sindical.
Una buena friega, la interrupción de la operación.
Como el Sindicato jamás se plegó ni agachó las astas ante la nueva banda que lleva veintitrés años en la Ciudad de México, el pobre Metro ha sufrido ya no las de Caín, ya no las de Odiseo, simplemente las de la corruptela, se le ha dejó, aún más, al garete, se siguió evadiendo tomar las decisiones más dolorosas, incluso, el incremento doloroso del precio del pasaje. Y, por ejemplo, para 2019, la actual Directora, ya en su segundo periodo al frente de la institución, reveló con una candidez admirable la afirmación siguiente:
“Al Metro se lo ha acabado la corrupción y eso se terminó.” “Por años han mandado aquí los proveedores improvisados, no supervisados… se logró descifrar la tarjeta madre del pilotaje automático de los trenes, PA135 lo que nos da una posibilidad real de modernización de los sistemas legados. De esto hablaremos en su debido tiempo.”
Sin entrar a mucho tecnicismo, nos debemos preguntar, qué hace una funcionaria pública con una responsabilidad del tamaño del Metro de la Ciudad de México, afirmando que el sistema a su cargo opera con tarjetas descifradas, una tarjeta cuya propiedad intelectual, o sea, su patente, tiene un dueño que en su momento vendió únicamente para su uso, puesto que nadie vende su propiedad intelectual para efecto de que otro la descifre y la reproduzca.
Lo peor es esto se encuentra disponible en un portal público: https://www.metro.cdmx.gob.mx/comunicacion/nota/directora-del-stc-denuncia-corrupcion
Esta es la misma administración que tiene a su mando el STC Metro durante el accidente de Tacubaya del año pasado.
Cobró una vida.
Y la propia presente administración y las que les han venido desde 1997 cobraron, y con creces, un trabajo de cincuenta años y el orgullo de toda una ciudad en un espacio menor a un mes. Superviviente de milagro de tan extendida mala costumbre de no llamar y luchar porque las cosas se digan por su nombre el Metro seguirá su deterioro hasta que exista un cambio absoluto, ya no de rumbo sino de embarcación. En el caso del metro la herida es honda, tanto como profunda son sus rutas. Veremos si los cinco y medio millones de usuarios se manifiestan en el próximo Junio. Y cobran desquite en las urnas.
Publicado en Letras del Periodismo.