El panorama actual ha incrementado el debate en torno a la desigualdad y la posibilidad de que el Coronavirus pueda ser un propulsor de la misma en muchos países. Sin embargo, algunos aspectos podrían ayudar a mitigar la desigualdad.

El mundo está enfrentando una terrible crisis de salud provocada por la pandemia del COVID-19, lo que ha resultado en una recesión de proporciones no vistas desde la Gran Depresión de 1929. El panorama actual ha incrementado el debate en torno a la desigualdad y la posibilidad de que el Coronavirus pueda ser un propulsor de la misma en muchos países. Este tema también ha sido ampliamente discutido en México, entre las personas que formulan las políticas públicas, analistas económicos y políticos, líderes de opinión y el público en general.

Entre los aspectos más relevantes en el debate se encuentran los siguientes:

(1) La necesidad de realizar un análisis del pano- rama económico y social mucho más integral, considerando tanto indicadores económicos tradicionales y de alta frecuencia como el PIB, así como algunos otros complementarios sobre bienestar (e.g. Índice de Progreso Social)

(2) la importancia de una correcta medición de la desigualdad con el fin de llevar a cabo acciones más eficientes para reducirla (e.g. el trabajo seminal de Thomas Piketty)

(3) reconocer que crecimiento y estabilidad macroeconómica son condiciones necesarias, mas no suficientes, para poder generar un mayor bienestar y reducir la desigualdad entre la población. En este artículo analizamos todos estos aspectos, tomando en cuenta la teoría económica y métodos más recientes, así como la evidencia empírica en México y el resto del mundo.

Reconocemos que este es un tema muy complejo y multifactorial. Sin embargo, algunos aspectos que podrían ayudar a mitigar la desigualdad en nuestro país serían fortalecer el “estado de derecho”, llevar a cabo una reforma fiscal integral y progresiva, así como intensificar los esfuerzos para lograr una correcta medición sobre bienestar y la desigualdad, que complementen otros indicadores económicos tradicionales.

SOBRE LOS INDICADORES DE BIENESTAR Y LA MEDICIÓN DE LA DESIGUALDAD EN MÉXICO

El mundo enfrenta una crisis de salud provocada por la pandemia del COVID-19, resultando en una recesión de pro- porciones no vistas desde la Gran Depresión de 1929. En consecuencia, este entorno ha incrementado la discusión sobre una gran problemática: el Coronavirus como propulsor de la desigualdad. Este debate ha sido muy vocal por personalidades como Jerome Powell (presidente del Banco de la Reserva Federal), Lawrence Summers (ex secretario del Tesoro de EE.UU.), Joseph Stiglitz (premio Nobel de economía en 2001), Paul Krugman (premio Nobel de eco- nomía en 2008) y Kristalina Georgieva (Directora Gerente del Fondo Monetario Internacional), entre otros. México no está exento de esta problemática y mucho menos del debate sobre la medición y el manejo de la desigualdad, así como del uso de indicadores de bienestar alternos a los tradicionales, como el PIB. Este tipo de debates es necesario para el crecimiento y desarrollo de nuestro país.

POLÍTICAS PÚBLICAS ENFOCADAS EN EL PIB E INDICADORES DE BIENESTAR

Las críticas al PIB tienen muchas décadas. Su ‘creador’, Simon Kuznets, premio Nobel de economía en 1971, dijo que no debía ser tomado en cuenta como medida de bienestar. Cuando lo presentó en 1934 al Congreso de EE.UU., advirtió que era una medida de volumen de producción y que, por ejemplo, no tomaba en cuenta el trabajo en los hogares. Así, los debates se han centrado entre crecimiento y desarrollo, generando métricas para complementar el

PIB desde una arista de bienestar. Dentro de éstas destacamos:

(1) Índice de Desarrollo Humano (IDH). Creado por el economista Mahbub ul Haq y estimado por el Programa para el Desarrollo de la ONU, contempla tres factores: (a) Esperanza de vida al nacer; (b) educación; y (c) PIB per cápita. El índice va de cero, la calificación más negativa, a uno, la más favorable. ¿Cómo le ha ido a México? Desde 1990, el IDH ha crecido casi ininterrumpidamente, de 0.65 a 0.77 en 2018. A pesar de lo anterior, otros países han crecido más y en el ranking, México ha caído del lugar 48 en 1990 al 76 en 2018, entre 189 países, a pesar de ser la quinceava economía en términos de PIB.

(2) Índice de Felicidad Mundial. Al igual que el IDH, este índice toma en cuenta el PIB per cápita y la expectativa de vida. Sin embargo, los economistas Jeffrey Sachs y Richard Layard –entre otros–, incorporaron también mediciones de apoyo social, libertad, generosidad y percepción de la corrupción. Aquí destacamos dos cosas: (a) México se ubica en el lugar 24 de 153 países. Somos un país ‘feliz’ y estamos en una buena posición relativa, aunque no tanto como lo indica el ranking del PIB global; y (b) a nivel mundial, la felicidad cayó del periodo 2008-2012 al 2017-2019.

(3) Índice de Progreso Social. El profesor de Harvard, Michael Porter, lideró un esfuerzo para desarrollar este índice con un enfoque aún más holístico que los dos anteriores. Fundamentado en los escritos de los Nobel, Joseph Stiglitz, Amartya Sen y Douglass North, toma en cuenta 54 indicadores, comprendidos en tres ramas: (1) Necesidades humanas básicas; (2) aspectos de bienestar; y (3) oportunidades. En este índice, México se encuentra en el lugar 55, cinco por arriba de Colombia, dos encima de Perú, pero seis debajo de Brasil, de un total de 149 países.

Mantener mediciones tradicionales como el PIB es necesario debido a su objetividad, así como fácil comparación en el tiempo y a nivel mundial. Pero es adecuado complementarlas con otras de bienestar, como las descritas previamen- te. Es importante que se diseñen políticas econó- micas orientadas a obtener resultados en ambos grupos. A diferencia del PIB, que observa fluctuaciones de alta frecuencia, los índices de bienestar no cambian tan rápido debido a que necesitan cambios estructurales para que reflejen una va- riabilidad relevante. En este sentido, el INEGI ha llevado a cabo un gran esfuerzo con el “Visor Dinámico de Bienestar”, el cual analiza 9 dimensio- nes del bienestar, apegado a los lineamientos de la OCDE, con un comparativo por estado.

LA IMPORTANCIA DE UNA ADECUADA MEDICIÓN DE LA DESIGUALDAD

Por muchos años se pensó que el crecimiento económico constante con estabilidad era suficiente para el beneficio de la mayoría de la población. La realidad ha puesto en duda esta creencia, aumentando el debate sobre las diferencias entre crecimiento y desarrollo. Su relevancia también recae en la necesidad de una buena medición de desigualdad que permita la elaboración de políticas públicas para mitigarla. La forma tradicional para medirla es con el Coeficiente de Gini. A principios del siglo pasado, el sociólogo italiano Corrado Gini desarrolló una medida de qué tan bien está repartida una distribución estadística, en este caso, el ingreso. Este coeficiente va desde cero, reflejando equidad perfecta, hasta uno, mostrando desigualdad máxima. Este indicador, aunque muy útil, ha enfrentado grandes críticas por su metodología.

Creemos que uno de los grandes problemas para las personas que formulan políticas públicas está asociado a lo acer- tado de las mediciones de pobreza. En muchos casos, estos son buenos para medir la base de la pirámide socioeconómica, pero no tanto para el decil más alto. Para medir correctamente la desigualdad, debemos analizar bien la parte más alta y baja de dicha pirámide, y así ‘restar’ la riqueza o los ingresos entre ambas y determinar la magnitud de la desigualdad. Aunque las encuestas de Ingreso-Gasto que llevan a cabo las agencias estadísticas en el mundo, incluyendo al INEGI, han mostrado resultados relativamente confiables, enfrentan un problema con una parte de esta medición.

El economista francés, Thomas Piketty, criticó fuertemente esto en su obra “El capital en el siglo XXI”, publicada en 2013. Él retomó una metodología para medir la desigualdad de Kuznets, usando registros fiscales sin nombre, para poder medir la riqueza y los ingresos en la parte alta de la pirámide, mejorando considerablemente los resultados. Una de sus conclusiones es que la causa principal por la cual la desigualdad se ha incrementado es que la tasa de retorno de los acti- vos financieros ha sido más alta que las tasas de crecimiento del PIB en los últimos años.

¿QUÉ SE REQUIERE PARA REDUCIR LA DESIGUALDAD EN MÉXICO?

Reconocemos que este es un tema muy complejo y multifactorial. Sin embargo, al- gunos aspectos que podrían ayudar a mitigar la desigualdad en nuestro país serían los siguientes. Primero, fortalecer el “estado de derecho”, ayudando a generar mayor certeza entre los agentes económicos, fomentando la inversión y por lo tanto el crecimiento. También contribuye a la innovación, emprendimiento, creatividad y desa- rrollo de nuevos ecosistemas mucho más equitativos. Estos factores se asocian a acti- vidades económicas de un mayor valor agregado. La evidencia empírica muestra que los países con un estado de derecho más sólido también cuentan con mayor equidad. Todo esto se identifica en el índice de estado de derecho del World Justice Project, en donde este año México se ubica en el lugar 104 de 128 países (Tabla 2). El índice toma en cuenta cuatro factores: (1) Las leyes, si son claras, estables, aplicadas de manera equitativa y brindan seguridad a los ciudadanos; (2) qué tan abiertos son los gobiernos, sobre todo en la elaboración de le- yes; (3) la administración de justicia, si la autoridad es imparcial, competente y expedita; y (4) la rendi- ción de cuentas, tanto de quienes gobiernan como de la sociedad civil. En general, esto también ha estado sustentado por los trabajos de Ronald Coase y Jean Tirole (ambos ga- lardonados con el premio Nobel de economía en 1991 y 2014, respectiva- mente).

El segundo factor clave a considerar es una reforma fiscal progresiva. Actualmente nos encontramos en un cambio de paradigma muy importante asociado al avance tecnológico. En la transición hacia un nuevo equilibrio que ayude a mitigar la desigualdad, podríamos ver un choque disruptivo de corto plazo que genere mayor desempleo. Probablemente un segmento relevante de la población encontrará muy complicado “reinventarse” de un día para otro. Sobre todo, es difícil que personas con trabajos repetitivos en una fábrica se conviertan en programadores de apps en un par de semanas. Se necesita un esquema impositivo que cobre más y otorgue transferencias y programas de capacitación para quienes se quedan sin empleo. Pero debemos considerar un riesgo elevado. De no hacerse bien, esto podría desincentivar la inversión, la creatividad, la toma de riesgos, mejoras en la productividad y, por lo tanto, afectar al crecimiento. El tercer aspecto tiene que ver con una visión más integral de las mediciones tanto del PIB como de bienestar, con políticas públicas enfocadas en hacerlas más acertadas, con objetivos claros y análisis de las mismas en horizontes tanto de corto como de mediano plazo.

CONCLUSIONES

En este artículo resumimos algunos de los esfuerzos para expandir las mediciones económicas, no solo para tomar en cuenta los niveles de producción, sino también para evaluar el bienestar de la población. Estos indicadores representan un complemento más holístico con el objetivo, en primera instancia, de medir mejor el reto al que nos enfrentamos. Como ha sido mencionado por Peter Drucker, “Si no puedes medirlo, no puedes mejorarlo”. A su vez, estos debates son necesarios para mejorar el diseño y la implementación de políticas públicas de mediano plazo que incrementen el bienestar y reduzcan la desigualdad. Una condición necesaria para lograrlo, más no suficiente, es un marco macroeconómico sólido y un crecimiento sostenido. En México, consideramos que un paso clave en este proceso es fortalecer el ‘estado de derecho’, llevar a cabo una reforma fiscal integral y progresiva, y que las políticas públicas tengan como objetivo mejorar, tanto indicadores económicos tradicionales, así como otras métricas de bienestar y desigualdad.

Por GABRIEL CASILLAS2, ALEJANDRO PADILLA3 Y JUAN CARLOS ALDERETE.

Publicado en IMEF NEWS