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En Guerrero donde no se respeta la vida, definitivamente hay una descomposición moral, lo que significa que además de los actos de barbarie que ya no nos asombran, hay actitudes agresivas latentes en muchos sectores de la población, las cuales se activarán a la primera oportunidad de sentirse protegidos por las armas o por un grupo delincuencial.

La inseguridad que propicia la delincuencia organizada frena la inversión privada y la generación de negocios y de empleos, lo que constituye un atentado contra la economía del estado.

El turismo también resiente el impacto de la delincuencia organizada en zonas dominadas por los criminales como Acapulco, que es un claro ejemplo de un lugar que fue próspero gracias al turismo y hoy resiente el impacto delincuencial no obstante los esfuerzos de apoyo provenientes del gobierno federal.

Es evidente que el aparato gubernamental estatal minimiza el impacto de este grave problema social, que influye tambien en la salud emocional de los guerrerenses.

Los actos delictivos generan frustración y angustia en las víctimas y sus familias, pero al ser dados a conocer a través de los noticieros de TV y radio, impactan de forma inconsciente en el estado de ánimo colectivo, que primeramente se solidariza con las víctimas, pero de modo imperceptible cada televidente o radioescucha se siente amenazado ante la posibilidad de vivir una experiencia delictiva.

Minimizar este grave problema por parte del gobierno de Astudillo, no lo resuelve, sino lo encapsula imaginariamente mientras en la realidad cotidiana crece.

El problema de la delincuencia, en las circunstancias actuales, no debe ser delegado sólo en las autoridades estatales y locales, ya que estas han demostrado ser corruptas e ineficientes  sino que debe ser la prioridad número uno del presidente de la república.

El Estado Mexicano tiene los recursos económicos, tecnológicos y de infraestructura para enfrentar al crimen organizado. Sin embargo, ha faltado la decisión de convertirlo en su prioridad mayor.

Tiempo al Tiempo.

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